El desarrollo de movimientos sincronizados de jugadores para un juego competitivo fluido es un objetivo común para los entrenadores de juegos de equipo. Un enfoque de dinámica ecológica defiende que la sincronización dentro del equipo se rige por la información creada localmente, que especifica las posibilidades compartidas responsables de la formación de sinergia. Los procesos de autoorganización de lo local a lo global implican que los patrones de comportamiento observados en un sistema adaptativo complejo están limitados por las interacciones locales generadas a través de comportamientos cooperativos o interactivos entre los componentes del sistema (por ejemplo, peces en una pecera, conjunto de pajaros volando conjuntamente) (Riley et al., 2011). Por el contrario, los procesos de autoorganización global a local implican que los comportamientos del sistema global gobiernan o limitan las interacciones locales de los componentes del sistema individual de arriba hacia abajo, exhibiendo causalidad circular (Kelso, 1995; Araújo y Davids, 2016).
Dichos procesos de causalidad circular evidenciados en procesos de autoorganización global a local y local a global significan, por ejemplo, que los jugadores pueden interactuar localmente con sus compañeros de equipo más cercanos (por ejemplo, recuperar la pelota de la zona de presión después de recuperarla) para producir un conjunto más complejo de comportamientos.
Sin embargo, en sistemas no lineales con causalidad circular (por ejemplo, equipos deportivos), existe la posibilidad de un flujo bidireccional hacia la causalidad. Esta propiedad de sistemas adaptativos complejo refleja la interacción constante entre las dinámicas global a local y local a global en la configuración de los comportamientos del sistema. Por ejemplo, el artículo de Duarte et al. (2012) aclararon cómo las interacciones entre los individuos de la agrupación (es decir, los jugadores) se adaptan a los comportamientos del sistema colectivo global. Estos investigadores propusieron que los equipos pueden ser vistos como superorganismos integrados funcionales, a pesar de revelar también la especialización funcional, es decir, la variación interindividual derivada del patrimonio genético, experiencias previas, etc. Los equipos conceptualizados como superorganismos revelan patrones altamente coordinados en los que las acciones de los jugadores individuales limitan y están limitados por las acciones de los jugadores vecinos (compañeros de equipo y / u oponentes) hacia los objetivos mutuamente excluyentes del colectivo.
Es importante destacar que la investigación ha proporcionado evidencia sustancial de que la información creada localmente (por ejemplo, velocidades de acercamiento de los compañeros de equipo y oponentes, distancias interpersonales) permite a los jugadores co-regular las acciones con otros (compañeros de equipo y / o oponentes) y el medio ambiente. Dicho proceso permite a los jugadores autoorganizarse comportamientos en estructuras recién formadas, expresadas a escala global.
Una tarea desafiante para muchos entrenadores en deportes de equipo es proporcionar entornos de aprendizaje adecuados para el desarrollo de «intérpretes inteligentes» adaptativos. Los atletas inteligentes en el deporte tienen cogniciones, percepciones y acciones profundamente entrelazadas en todas las fases del juego (Davids et al., 2015). Saben cómo usar la información para regular sus acciones y son solucionadores autónomos de problemas, sin recurrir constantemente a un entrenador para obtener soluciones de rendimiento (Davids et al., 2015). Una idea errónea fundamental sobre el papel de un modelo de juego y los principios tácticos del juego es considerar que se logran mediante acciones preestablecidas o movimientos mecanizados que los jugadores deben ensayar fielmente durante la práctica (por ejemplo, en el juego de sombras durante el entrenamiento cuando un equipo realiza patrones de juego sin oponentes presentes). Tales conceptos erróneos pueden influir negativamente en los marcos para los programas de desarrollo de atletas para el desarrollo de experiencia y rendimiento. Por lo tanto, es importante enfatizar que los principios de juego subyacentes a un modelo de juego estipulado con un entrenador para cada subfase de juego no deben ser rígidos e inflexibles (Garganta, 1997; Guilherme, 2004). Por el contrario, deben ser flexibles y abiertos a las posibilidades compartidas que los jugadores utilizan (en términos de posibilidades de acción) y cómo los atletas pueden estar preparados para explotar las posibilidades mejorando su preparación para la acción.
Este enfoque a la práctica facilitaría la coadaptación de jugadores usando fuentes de información locales (por ejemplo, desplazamientos de compañeros de equipo y oponentes, o co-posicionamiento en un área de juego en relación con un objetivo de puntuación o marcas de área) (Passos et al., 2016). Este enfoque de práctica permitiría a los atletas explorar los principios del juego mediante la explotación de posibilidades y sinergias compartidas formadas a través de tendencias de autoorganización locales a globales (Davids et al., 2015; Silva et al., 2013, 2016). Investigaciones previas (por ejemplo, Araújo et al., 2004; Silva et al., 2013; Davids et al., 2015) han enfatizado la importancia de que los atletas perciban las posibilidades aprendiendo a detectar fuentes de información relevantes que respalden el desempeño exitoso de la tarea. Además, experimentar una gran cantidad de soluciones tácticas para lograr un principio específico de juego conducirá a una variabilidad de movimiento adaptativo, que es clave para desarrollar atletas expertos (Davids et al., 2015).
Es importante asegurarse de que los atletas no solo puedan adaptarse conjuntamente a una restricción importante en la formación de sinergia: aprovechar las tendencias de autoorganización global a local (es decir, que el personal del entrenador imponga e implemente un plan táctico). Por el contrario, los atletas necesitan ser facilitados para explotar las tendencias de formación de sinergia locales y globales disponibles mediante la adaptación conjunta a una variedad de limitaciones personales, de tareas y ambientales que interactúan durante el desempeño y la práctica. Pueden lograr estas habilidades de adaptación explorando una gama de soluciones de desempeño coherentes con los principios del juego (ver Figura 1).